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Tras varios errores garrafales, Trump aprovecha una nueva disputa y un nuevo adversario potencial

Análisis por Stephen Collinson, CNN

Siempre que Donald Trump se encuentra en aprietos políticos, busca una pelea y un adversario.

Contará con ambas este viernes, al final de una de las semanas más desafortunadas de sus dos presidencias, después de que sus propias decisiones erosionaran su autoridad política a raíz del escándalo de Jeffrey Epstein.

Trump está inmerso en una nueva y amarga disputa con los demócratas sobre seguridad nacional, retórica provocadora y el poder presidencial, al que deliberadamente le dio un carácter desmesurado.

Y en una reunión en la Casa Blanca este viernes, se enfrentará directamente con el próximo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani, un socialista democrático al que planea tildar el próximo año de inaceptable figura “comunista” del Partido Demócrata.

En los últimos días, Trump ha perdido su habilidad política. Se especula sobre si su dominio, que ha mantenido durante una década, sobre la base republicana se está debilitando.

Sus errores han intensificado la gran pregunta sobre Epstein: ¿por qué está tan desesperado por impedir que se revelen las pruebas? Y su intento de empatizar con los votantes respecto al costo de vida se convirtió en una farsa cuando acusó a los demócratas de robarle al mundo la “asequibilidad”.

Así que era de esperar que el presidente, que se ha vuelto más irascible cada día, buscara una oportunidad.

Y lo consiguió, aprovechando las circunstancias para desatar una tormenta política que arrasa con todo a su paso, arrastra a sus indignados adversarios a su terreno político preferido, moviliza a los medios conservadores y consolida su base.

Trump intentó recuperar la iniciativa —de la forma incendiaria que solo él conoce— en una serie de publicaciones y republicaciones en redes sociales que culminaron con una advertencia de que un grupo de legisladores demócratas eran culpables de “¡CONDUCTA SEDICIARIA, castigada con la MUERTE!”.

Su furia fue provocada por un video de legisladores que —a diferencia del comandante en jefe— eran veteranos de las fuerzas armadas o de los servicios de inteligencia, en el que recordaban a los miembros de las fuerzas armadas que no tienen por qué obedecer ninguna orden ilegal.

Desde cualquier punto de vista objetivo, la respuesta de Trump fue incendiaria y desproporcionada en el clima actual de violencia política que vive el país. Al fin y al cabo, se trataba de un presidente de Estados Unidos que, abiertamente, pedía el enjuiciamiento y la posible ejecución de miembros del Congreso.

Esto no solo constituye una afrenta a la decencia y al decoro presidencial, sino también un ataque a los fundamentos del Gobierno republicano constitucional y a la separación de poderes.

Y es peligroso. Los republicanos acusaron a los demócratas de incitar a la violencia tras dos atentados contra Trump y el asesinato del ícono conservador Charlie Kirk. Es difícil ver la diferencia.

Los comentarios del presidente también contrastaron con el tono conciliador de una de sus antiguas aliadas políticas, la representante Marjorie Taylor Greene de Georgia, ícono del movimiento MAGA, quien se disculpó el domingo en CNN por su papel en la “política tóxica”.

Una de las demócratas que aparece en el video expresó su sorpresa.

“Jamás pensé que estaría hablando con ustedes esta noche sobre el hecho de que el presidente de Estados Unidos ha pedido mi pena de muerte en la horca por sedición y traición. Y lo ha pedido porque yo y otras personas publicamos un video que dice que hay que acatar la ley”, declaró a Erin Burnett de CNN la representante demócrata Chrissy Houlahan, veterana de la Fuerza Aérea.

Sin embargo, a Trump le encantan este tipo de peleas.

Según cualquier criterio político convencional, estas declaraciones podrían acabar con la carrera política de una figura destacada. Sin embargo, Trump las utiliza, como hizo el jueves, para obligar a los demócratas a defender las instituciones, la Constitución, la civilidad y el comportamiento presidencial tradicional.

Sus argumentos suelen ser sólidos, pero a menudo resultan esotéricos y fuera de lugar para los votantes alejados de Washington, más preocupados por la seguridad económica o el coste de la sanidad.

En las últimas elecciones, las advertencias demócratas sobre la supuesta fractura de las normas y las restricciones legales por parte de Trump, y su amenaza al “alma” de la nación, no siempre han surtido efecto.

Además, las controversias enardecen a los defensores y activistas conservadores de Trump en los medios de comunicación y plantean una prueba de lealtad para los republicanos reacios a romper con él.

El país ya ha visto esto antes, en múltiples ocasiones: en la campaña racista de Trump contra el presidente Barack Obama, cuestionando su lugar de nacimiento; en sus burlas al historial militar del fallecido senador John McCain; en sus falsas afirmaciones de haber ganado las elecciones de 2020.

Es una técnica que a menudo le ha funcionado a Trump. Puede que le granjee la enemistad de la mitad del país, pero es una de las claves de su firme apoyo entre sus bases republicanas y de su capacidad para presentarse siempre como un azote antisistema y un forastero.

Sin embargo, ahora surge una pregunta, en medio de algunos de sus peores índices de aprobación y sus problemas con la economía: ¿podrían las payasadas de Trump empezar a disgustar incluso a algunos votantes que siempre lo han apoyado?

La revelación explosiva del jueves fue típica de las tácticas de distracción que Trump siempre ha utilizado y en las que algunos de sus críticos han acusado a los medios de comunicación de caer repetidamente.

Sin embargo, las maniobras de distracción de Trump suelen ser tan descabelladas o amenazantes para los valores estadounidenses fundamentales que es inevitable que generen una gran conmoción y un debate acalorado.

Exigen una respuesta contundente de sus oponentes, incluso si esto diluye sus mensajes.

Como de costumbre, la nueva polémica desatada por Trump obligó a los republicanos del Capitolio a hacer malabarismos políticos, y algunos recurrieron a la clásica excusa de que no habían leído las publicaciones.

El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, intentó con cautela desvincularse de los comentarios del presidente, diciendo que esas palabras “no son las que yo usaría”.

Johnson le dijo a Manu Raju de CNN que “obviamente, no creo que esto sea… estos son crímenes punibles con la muerte ni nada por el estilo”.

Otro aliado cercano de Trump, el senador Lindsey Graham de Carolina del Sur, declaró que los comentarios del presidente eran “exagerados”.

Y el senador de Kentucky, Rand Paul, quien ha cuestionado la legalidad de los ataques de la administración contra supuestos barcos de narcotraficantes en el Caribe y el Pacífico, manifestó que no creía que fuera “buena idea hablar de encarcelar a los oponentes políticos, o de colgarlos, o cualquier otra cosa”.

A la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, le preguntaron si el presidente realmente quería la ejecución de miembros del Congreso. Ella respondió: “No”. Pero, fiel al mantra de toda la vida de Trump, contratacó, esbozando un argumento que otros republicanos adoptaron: que el video era un intento de lograr que los miembros de las fuerzas armadas desobedecieran al comandante en jefe.

Esto es una tergiversación. Pero generó suficiente tensión política como para distorsionar la realidad, haciendo que el desmedido exabrupto del presidente pareciera simplemente una parte más de un tira y afloja político.

Johnson, por ejemplo, afirmó que lo que hicieron los legisladores era “sin precedentes en la historia estadounidense, y debe denunciarse, y eso es precisamente lo que expresó el presidente”.

Algunos podrían preguntarse por qué los demócratas decidieron grabar ese video, dándole al presidente la oportunidad de cambiar de tema tras días desvariando sobre el caso Epstein y el costo de vida.

Además, cualquier acción política que involucre a las fuerzas armadas corre el riesgo de generar un drama que las deje en medio de una tormenta partidista.

Un contraargumento sería la profunda preocupación que existe entre muchos legisladores —especialmente entre los veteranos de combate— de que Trump les pida a los militares que emprendan ataques y misiones ilegales.

Esto no es hipotético. Como informó Aaron Blake de CNN, en numerosas ocasiones la política exterior o las intervenciones militares de Trump han suscitado dudas sobre su legalidad.

Los jueces han dictaminado con frecuencia que las políticas de la administración infringieron la ley. Trump ha enviado tropas a ciudades estadounidenses con pretextos cuestionables.

Sus acciones cerca de Venezuela han generado temor en muchos en el Capitolio ante una guerra ilegal. Y sus amenazas de represalias deben tomarse en serio, ya que ha convertido al Departamento de Justicia en su instrumento de venganza personal.

Y después de todo, los demócratas del video solo estaban reiterando un principio que todo miembro del servicio entiende, aunque la cuestión de decidir si una orden es legal o no puede ser compleja e imprecisa durante la confusión de la guerra.

La reunión de Trump con Mamdani en la Casa Blanca este viernes es de gran importancia para los dos.

Ambos son neoyorquinos; ambos llegaron al poder mediante políticas populistas. Cada uno aprovechó un momento político y se alzó con el poder frente a las élites tradicionales y del establishment.

Pero si bien el poder presidencial empequeñece el de un simple aspirante a alcalde, algunas comparaciones también pueden resultar poco halagadoras para Trump, quien a sus 79 años está más cerca del final de su carrera política que Mamdani, de 34 años.

Trump ha dejado claras sus intenciones con Mamdani. Está utilizando al alcalde electo como blanco de sus críticas y símbolo de todos los demócratas para intentar cuestionar la imagen más tradicional de su partido de cara a las elecciones de mitad de mandato del próximo año.

“El alcalde comunista de la ciudad de Nueva York, Zohran “Kwame” Mamdani, ha solicitado una reunión”, declaró Trump el jueves en su red social Truth Social.

Durante la campaña a la alcaldía, el presidente amenazó con retener fondos federales a Nueva York si Mamdani ganaba, porque, según él, “como comunista, esta ciudad, otrora grandiosa, ¡no tiene ninguna posibilidad de éxito, ni siquiera de sobrevivir!”.

Mamdani no es comunista, y cualquiera que comprenda las privaciones y la tiranía del régimen comunista en la Unión Soviética y otros lugares consideraría absurda la comparación.

Sin embargo, ha sido un ferviente defensor del socialismo democrático, y Trump espera que sus ataques logren tachar al alcalde electo y a sus seguidores en todo el país de extremistas.

La reunión, si se celebra en el Despacho Oval, ante las cámaras, supondrá una dura prueba para Mamdani.

El presidente no ha dudado en humillar públicamente a algunos visitantes anteriores, especialmente al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. Pero Mamdani también sabe que, en ocasiones, la ira del presidente puede aplacarse con halagos.

El próximo alcalde de la ciudad de Nueva York estará ansioso por demostrar que puede hacerle frente a Trump y por maniobrar políticamente de cara a lo que podría ser un año de confrontación.

Y cualquier nuevo arrebato del presidente, después de una semana en la que ha parecido estar fuera de control, no haría sino acentuar aún más las dudas sobre su salud política.

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