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La inusual estrategia arancelaria de Trump coloca a los aliados de Estados Unidos en una situación casi imposible

Análisis de Richard Quest, de CNN

El presidente Donald Trump ha dejado claro que su método favorito para presionar a los países con los que negocia es aumentar los aranceles. No importa si la infracción está relacionada con el comercio o no.

Si quedaba alguna duda de esto (y dudo que la hubiera), se disipó cuando Trump anunció la semana pasada que aumentaría los aranceles a Canadá en un 10 % porque no le gustó un anuncio antiarancelario que Ontario emitió en Estados Unidos. El anuncio televisivo del primer ministro de Ontario, Doug Ford, citaba al fallecido expresidente Ronald Reagan, quien en 1987 criticó el uso de aranceles generales como arma de política comercial.

Podría parecer obvio que no existe una relación causal directa entre la acción de Ontario y, por extensión, la de Canadá, y la amenaza de Trump de aumentar los aranceles a Canadá en un 10 %. Sin embargo, la respuesta de Trump no sorprendió.

El episodio canadiense demuestra que los países que negocian con Estados Unidos se enfrentan a una situación casi imposible.

Primero, deben negociar acuerdos comerciales por lo que llegan a Washington con una mentalidad transaccional: “¿Qué podemos ofrecer?”.

Segundo, deben estar preparados, en el último minuto, para que el presidente estadounidense exija más; por lo tanto, más les vale tener algo más bajo la manga que ofrecer.

Y hay un tercer obstáculo: olvídemonos de los aranceles recíprocos; Estados Unidos se dedica a imponer aranceles de represalia por cuestiones aparentemente no relacionadas. Esto significa que ningún país puede saber qué decisión, política o indiscreción ofenderá a Trump, quien puede tomar represalias prácticamente en cualquier momento con más aranceles.

Se trata de un terreno desconocido y no es la forma habitual de hacer negocios. Tradicionalmente, los aranceles se han utilizado para corregir un desequilibrio comercial percibido y para proteger el mercado interno encareciendo las importaciones.

Lo que parece claro es que la predilección de Trump por los aranceles garantizará que estos sigan siendo un pilar fundamental de la política económica estadounidense. No veo ningún escenario en el que el presidente, incluso después de haber negociado un acuerdo comercial, no se reserve el derecho unilateral de cambiar de opinión, amenazar con imponer un nuevo arancel y, posteriormente, aplicarlo.

Algunos de los aranceles de Trump contienen, al menos, un atisbo de lógica geopolítica. Por ejemplo, su decisión de imponer aranceles del 50 % a la India se debió a que el país aún compra petróleo a Rusia. Podría argumentarse, con cierta dificultad, que el arancel respaldaba un objetivo estratégico más amplio: detener la guerra entre Rusia y Ucrania. En otros casos, sigue siendo difícil o imposible comprender el propósito comercial de los aranceles. Tomemos el caso de Brasil: Trump considera injusto procesar al expresidente brasileño Jair Bolsonaro por supuestamente conspirar para anular unas elecciones. Al describir la persecución penal como “una caza de brujas que debe terminar de inmediato”, Trump elevó el arancel al 50 % debido, “en parte, a los ataques insidiosos de Brasil contra las elecciones libres y el derecho fundamental a la libertad de expresión de los estadounidenses”. (El arancel anterior rondaba el 10 %).

Según la Asociación Brasileña de Café Especial, las exportaciones de cafés especiales han caído un 70 % y el FMI advierte de una desaceleración generalizada de la economía brasileña a causa de los aranceles. El arma arancelaria ha dado en el blanco.

Luego está Colombia. Después de que el presidente Gustavo Petro criticara los bombardeos de Trump contra presuntos narcotraficantes en la costa caribeña, Trump lo tildó de “líder del narcotráfico”, “de poco valor” y muy impopular. El castigo fue la suspensión de la ayuda exterior y un aumento arancelario no especificado.

Para un país donde la democracia suele ser frágil, en el mejor de los casos, la perturbación económica derivada del aumento de los aranceles podría tener efectos políticos devastadores.

Trump también impuso aranceles elevados a Sudáfrica por el supuesto maltrato a los agricultores blancos y por sus reformas agrarias.

Y la lista continúa. La amenaza de la semana pasada contra Canadá no hizo más que confirmar esta tendencia.

Tras las últimas semanas y meses, los países han sido advertidos. Nadie debería sorprenderse si se llega a usar esta táctica.

Hasta ahora, el único país que se ha enfrentado a Trump y ha salido victorioso es China. Xi Jinping ha dominado el arte de permitir que Trump parezca ganar, mientras que en secreto se atribuye la victoria a nivel nacional. Xi jugó sus cartas a la perfección y logró una reducción de aranceles en la reunión de la semana pasada.

Pero hay un último detalle: la Corte Suprema de Estados Unidos escuchará la próxima semana la apelación de Trump contra dos fallos de tribunales inferiores que consideraron ilegal el uso de aranceles como medida de presión, abusando así de sus poderes de emergencia. Si la Corte Suprema ratifica estos fallos, la herramienta favorita de Trump podría verse considerablemente debilitada.

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