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Trump ejerce un poder global efectivo, pero sus victorias en política exterior son engañosas

Análisis por Stephen Collinson, CNN

Tears for Fears dijo: “Todos quieren gobernar el mundo”.

En su segundo mandato, el aficionado a la música pop Donald Trump parece estar en plena forma. Y a juzgar por su baile con un grupo malayo el domingo, el presidente se lo está pasando en grande.

Los líderes mundiales se inclinan ante él, como en su viaje a Asia, que ya ha visto una lluvia de homenajes en Kuala Lumpur y la firma de una tregua entre Tailandia y Camboya que Trump ayudó a negociar, aunque reclame un poco más de crédito del que le corresponde.

Como mínimo, Trump ha comprendido la óptica de la geopolítica.

Los países se apresuran a firmar con él “acuerdos” comerciales que los dejan en peor situación.

Puede convocar a primeros ministros y presidentes con un chasquido de dedos, como cuando visitó Egipto a principios de este mes para una dramática sesión fotográfica que subrayó su gran diferencia con sus homólogos de países más pequeños y menos poderosos.

Puede que a otros Gobiernos no les guste Trump, pero le temen de una forma que resulta atractiva para sus seguidores de MAGA.

Todos intentan evitar enfrentamientos con el matón del Despacho Oval.

Las naciones europeas, por ejemplo, aumentaron el gasto en defensa para satisfacer sus demandas, eliminando obstáculos políticos que otros presidentes estadounidenses no pudieron superar. El líder de la OTAN incluso bromeó con que era el “papá” de Occidente.

Cuando Trump llega a la ciudad, los anfitriones lo adulan y la realeza lo deslumbra.

El presidente se encuentra en una posición privilegiada, liderando desde la intuición, ignorando las advertencias y la sabiduría convencional que limitaron a sus predecesores y, aparentemente, sin prestar mucha atención a los expertos de su Departamento de Estado.

La clave del estilo relajado de Trump puede residir en un primer mandato en el que se sintió acorralado por asesores del poder establecido que intentaron manejarlo, como el exsecretario de Estado Rex Tillerson y el exsecretario de Defensa James Mattis.

En enero de 2020, el operativo de Trump para matar al temido comandante del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, Qasem Soleimani, en un aeropuerto de Bagdad, desató predicciones de caos regional e incluso represalias en suelo estadounidense. Nunca ocurrió.

La operación, en cambio, fue un indicio de que el supuesto dominio iraní en Medio Oriente a través de intermediarios era un espejismo. Y allanó el camino para el ataque israelí contra Hezbollah y el bombardeo de Trump contra las instalaciones nucleares iraníes este año.

Cinco años después, Trump parece haber llegado a la conclusión de que existen tan pocos límites a sus acciones en el exterior como los que ha demostrado tener en casa. Tiene enormes ambiciones globales en Medio Oriente, Asia, Europa y el hemisferio occidental.

Estos incluyen:

  • Un alto el fuego (hasta ahora) exitoso entre Israel y Hamas.
  • Un intento (hasta ahora) fallido de poner fin a la guerra en Ucrania.
  • Su intento, cada vez más exitoso, de destruir el sistema global de libre comercio.
  • Un esfuerzo acelerado para remodelar la política de América Latina a su propia imagen de derecha.
  • Fuerte respaldo a los partidos populistas que están en ascenso en países como Gran Bretaña y Argentina.
  • Una iniciativa en expansión para utilizar la política exterior de Estados Unidos para aprovechar los recursos naturales, especialmente los depósitos globales de minerales de tierras raras, que impulsan la industria tecnológica y el equipamiento de defensa estadounidense.

Trump es la bestia dominante en cada cumbre mundial. Y al romper con lo convencional, mantenerse altamente impredecible y marcar un ritmo de acción vertiginoso, ha consolidado rápidamente su poder global.

Sin embargo, aunque el presidente ha obtenido más victorias de las que muchos de sus oponentes políticos esperaban, ejercer el poder eficazmente como estadista implica mucho más que imponer al mundo una personalidad autoritaria y ávida de adulación.

La Casa Blanca, alardeando de sus grandes victorias, plantea una pregunta persistente: ¿es todo esto pura publicidad?

Las incesantes afirmaciones de que Trump es un pacificador excepcional se ven socavadas por la obstinada realidad de algunas de las ocho guerras que afirma haber terminado.

Y sus grandes eventos improvisados ​​a menudo resultan menos de lo que prometen, como su cumbre en Alaska con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, sobre Ucrania.

Incluso Trump parece haber desistido de lograr que el líder de Rusia ponga fin a su guerra asesina contra civiles.

Existe un creciente peligro de arrogancia, y el ego desmesurado de Trump podría estar ocultando las posibles consecuencias.

Su expansión militar en torno a Venezuela, por ejemplo, ya desafía la Constitución y las leyes estadounidenses con ataques contra presuntos narcotraficantes. Y podría verse obligado a ampliar su misión militar contra Venezuela con resultados inciertos solo para preservar su credibilidad, todo ello con una base débil en política exterior.

“Me preocupa que lo que estamos viendo sean tácticas carentes de estrategia”, dijo a Isa Soares en CNN International este lunes Colin Clarke, el CEO del Centro Soufan, quien advirtió sobre las consecuencias inciertas de la política estadounidense en el hemisferio occidental.

Luego está la cuestión de si las incesantes búsquedas de reconocimientos personales de Trump están favoreciendo los intereses de Estados Unidos o los suyos propios, especialmente dada la aparente sinergia entre los intereses empresariales de su familia y su política exterior, en Medio Oriente y otros lugares.

Y parte del contenido promete menos de lo que afirma Trump.

Los acuerdos y marcos comerciales tan cacareados por Trump (firmó cuatro en Malasia, además de Tailandia, Camboya y Vietnam) vienen acompañados de garantías de sus altos asesores de que está derribando las barreras comerciales para los productos estadounidenses.

Pero estos acuerdos son especialmente notables por codificar lo que a menudo parecen aranceles arbitrarios.

Malasia, por ejemplo, firmó un acuerdo que consolidó un arancel recíproco del 19 % para la mayoría de los productos.

Si bien Trump se jacta de que estas medidas generan billones de dólares para el Gobierno estadounidense, rara vez reconoce quién pagará el precio más alto: los consumidores estadounidenses, que ya enfrentan dificultades con la inflación y el costo de los alimentos.

A pesar de todos sus éxitos, el poder blando estadounidense parece menguar día a día.

Durante casi 100 años, la influencia estadounidense se ha multiplicado gracias a las alianzas y a su liderazgo en economías de mercado democráticas con ideas afines.

Pero las políticas de “America First” están complicando un objetivo de política exterior de larga data de las administraciones republicanas y demócratas de atraer a Vietnam, enemigo de China, a la órbita de Washington, a pesar del marco comercial que Trump firmó con el gobierno de Hanói.

El ataque comercial de Trump contra India ha tenido un efecto similar. Su examigo, el primer ministro Narendra Modi, está mostrando interés por China y Rusia, adversarios de EE.UU., tras la imposición de altos aranceles por parte de Trump.

Incluso Canadá sigue su propio camino y corteja a la competencia estadounidense tras años de comercio masivo a través del paralelo 49.

El primer ministro Mark Carney advirtió contundentemente la semana pasada que “muchas de nuestras antiguas fortalezas como país, basadas en estrechos vínculos con Estados Unidos, se han convertido en nuestras vulnerabilidades”.

Una cosa es parecer omnipotente rodeado de potencias inferiores. Pero Trump encontrará la horma de su zapato en la última etapa de su gira por Asia, en Corea del Sur, con el presidente chino, Xi Jinping.

Trump afirma que está haciendo grande a Estados Unidos de nuevo. El proyecto de Xi es hacer grande a China de nuevo, restaurando lo que Beijing considera su legítimo lugar como civilización líder mundial tras la humillación del colonialismo y años de hegemonía estadounidense.

Trump y Xi tienen otras similitudes. Ambos se autodenominan hombres fuertes. Cada uno está obsesionado con concentrar el poder en su entorno. Ambos han purgado sus círculos internos de figuras de las élites y oponentes ideológicos.

Para allanar el camino a la cumbre —posiblemente la reunión más importante con un líder extranjero del segundo mandato de Trump hasta la fecha—, los rivales suspendieron su guerra comercial con un acuerdo marco anunciado por el secretario del Tesoro, Scott Bessent.

Sin embargo, el acuerdo no representa un gran triunfo para Trump. Es más bien un intento de resolver una crisis que él mismo desencadenó.

A diferencia de otras naciones, China no se inmutó. Adoptando la bravuconería trumpista, respondió arancel por arancel al presidente. Su negativa a comprar soja estadounidense causó dolor en el corazón rural de Trump. Y el enfrentamiento expuso una gran influencia de Xi sobre su homólogo estadounidense: el suministro de tierras raras, que China domina.

Los informes indican que la tregua incluirá un retraso de un año en las restricciones chinas sobre estos metales y minerales vitales. Pero todos en Washington y Beijing comprenden la potencial influencia que Xi puede ejercer sobre Trump cuando quiera.

“Creo que es una tregua incómoda”, declaró el exembajador de Estados Unidos en China, Nicholas Burns, en el programa “The Situation Room” de CNN el lunes. “Creo que, lamentablemente, nuestros dos países se enfrentarán en materia comercial durante un tiempo. La culpa no es tanto del presidente Trump como de China, que ha sido un factor muy desestabilizador del comercio mundial durante décadas”.

Xi es una figura más taciturna que Trump. La formalidad que suelen preferir los líderes chinos le permite evitar la improvisación pública de Trump. Y, al igual que sus predecesores, está jugando un papel más largo que su homólogo estadounidense, cuyo mandato está limitado.

Esto significa que, cuando las giras de veneración mundial de Trump queden en el olvido, Xi probablemente seguirá siendo el cerebro del ascenso de China.

“Es alguien que probablemente reinará mientras le plazca”, dijo Dan Wang, autor de “Breakneck”, un aclamado libro que argumenta que, a pesar de las similitudes entre los dos rivales, la destreza de ingeniería de Beijing está dejando atrás a Estados Unidos. Wang, investigador del Instituto Hoover, habló con Fareed Zakaria de CNN.

La relativa permanencia de Xi podría haber pesado en la mente de Trump cuando dijo en el Air Force One que no descartaba postularse para un tercer mandato, para lo cual está inhabilitado constitucionalmente.

Claro, podría haber estado tratando de provocar a los periodistas o de evitar el estatus de “pato cojo” o presidente saliente. Su intento de robar el poder en 2020 hace que sea difícil ver el lado divertido.

Pero las declaraciones de Trump también subrayaron que, incluso para él, la adulación global será efímera. Los sabios geopolíticos Tears for Fears advirtieron que, incluso para quienes quieren gobernar el mundo, “nada es para siempre”.

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