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Este inmigrante salió voluntariamente de EE.UU. y dejó a su esposa e hijos en Michigan. Pero lo hizo en sus propios términos

Por Faith Karimi, CNN

Sam Kangethe se sentó en un recipiente de plástico en la habitación de su hija Ella, de 5 años: un gigante en un reino de juguetes tirados.

Su vuelo a Kenya salía pronto, le dijo suavemente. Él iba a irse a un lugar seguro, y ella podría contactarlo en cualquier momento. Y un día, prometió, ella también iría, y juntos mirarían flamencos rosados bajo el cielo africano.

Sus suaves sollozos estallaron en llantos que llenaron la habitación. “Te amo. Eres mi mejor amiga”, susurró mientras la abrazaba, en un momento capturado en video.

Era agosto, justo antes del inicio del año escolar, y Kangethe estaba regresando al país que había dejado 16 años antes para asistir a la universidad en Michigan.

No se iba de vacaciones o a visitar familiares. Como inmigrante en EE.UU. sin residencia permanente, se estaba “autodeportando” a su tierra natal.

Kangethe dejaba a su esposa, Latavia, y a sus tres hijos en la casa que compartían en Lansing, Michigan, a unos 90 millas (145 km) de Detroit. Y no sabía cuándo, o si, regresaría.

Ella, la más pequeña, se aferró a él momentos antes de que se fuera al aeropuerto. En su habitación, padre e hija compartieron un último momento entre sus casas de muñecas, barbies y figuritas.

“Estaba tratando de desviar su atención… y enfocarme en cuándo vendrá a visitarme”, dijo Kangethe después. “El rosa es su color favorito. La idea era mostrarle que algo bueno puede salir de mi partida en lugar de cosas tristes y negativas”.

Cargado de ansiedad por la posibilidad de una deportación repentina a un país desconocido donde no conocía a nadie, Kangethe, de 39 años, decidió en marzo regresar a Kenya. Fue una elección que le dio tiempo para preparar a su familia.

Pasó los siguientes meses haciendo precisamente eso. Renunció a su trabajo como contador estatal en mayo para liberar su verano. Las cenas familiares se extendieron por más tiempo. También los juegos de mesa por la tarde. Por la noche, se quedaba en las puertas de los niños, tratando de memorizar sus rostros.

Y ahora, el temido día —17 de agosto— había llegado. Después de su conversación con Ella y los últimos abrazos con su esposa y sus otros dos hijos, cargó cinco maletas, una mochila y una bolsa de golf en una camioneta roja. Un amigo lo llevó al aeropuerto de Detroit para evitarle a su familia el dolor de las despedidas apresuradas en la terminal, dijo.

De vuelta en casa en Lansing, Latavia y los niños se abrazaron y lloraron juntos.

“Quedamos en decirnos ‘nos vemos pronto’ aquí en casa. No tanto adiós, sino nos vemos después”, dijo Latavia, de 35 años. “Y con Ella, me puse extremadamente emotiva solo de verla con su pequeño corazoncito roto”.

Mientras tanto, Kangethe abordó un vuelo hacia una vida de incógnitas. Pero se fue en sus propios términos.

“Decidí que prefería salirme yo mismo que llegar al aeropuerto encadenado”, dijo. “Quería regresar a casa con mi dignidad, entero”.

Kangethe llegó a Lansing con una visa de estudiante F-1, en enero de 2009.

Obtuvo un título técnico en contabilidad en Lansing Community College antes de conseguir un diploma en Northwood University, en Midland, Michigan. Mientras avanzaba hacia un título superior, consiguió un empleo —primero, como contador para un distribuidor de cerveza en Lansing y, hasta mayo pasado, en un papel similar con el estado de Michigan, según dijo.

El presidente de su exempresa, Dan Henry, dijo a CNN que ha mantenido contacto con Kangethe desde que cambió de empleo hace cinco años y ha hablado con un excongresista de EE.UU. en su nombre.

“Lo conozco”, añadió, refiriéndose a Kangethe. “Es un miembro productivo de la sociedad y es el tipo de persona que queremos en Estados Unidos. Es una persona de calidad, trabajadora y responsable. Tiene su familia aquí. No ha cometido ningún delito”.

El año pasado, Kangethe completó su maestría en Finanzas, con la esperanza de que le abriera más puertas profesionales.

“Fui a Estados Unidos para obtener un título universitario,” dijo a CNN desde la casa de su hermana en Nairobi. “Todo lo demás después de eso es una bonificación, una hermosa bonificación”. Mientras Kangethe continuaba sus estudios, también comenzó a construir una vida personal. Se casó en 2012, y su entonces esposa solicitó su estatus de residente permanente, también conocido como green card. Recibió una green card condicional por dos años. Pero, cuando llegó el momento de renovarla, las autoridades de inmigración señalaron que el matrimonio era fraudulento, según dijo. Rehusó entrar en detalles sobre su caso porque aún está pendiente.

Kangethe continuó trabajando mientras esperaba que un juez revisara su caso. Finalmente, su caso fue retirado del expediente judicial, dejándolo en un limbo legal, según contó.

“Desde 2014 hasta ahora, siempre volvía [a las oficinas federales de inmigración] y me sellaban el pasaporte… para extender mi residencia temporal, lo que me daba permiso para trabajar”, dijo. “Y así fue como incluso pude comprar una casa y trabajar y todo eso”, aseguró.

Pero Kangethe no pudo renovar su estatus temporal el año pasado sin una fecha en la corte, según explicó.

Una vez que las autoridades de inmigración alegan fraude, solo un juez puede determinar el estatus de residencia permanente de una persona, explicó Alex Isbell, abogado de inmigración de una firma con sede en Filadelfia.

Así que, sin audiencia y sin fallo de un juez, Kangethe quedó atrapado en un vacío burocrático y considerado deportable.

Finalmente se divorció y conoció a su actual esposa, Latavia, cuando ambos trabajaron brevemente como asistentes de salud domiciliaria en un hogar colectivo.

En ese momento, Latavia tenía dos hijos. Dijo que le impresionaron su madurez y compasión, y su amistad fue desarrollándose lentamente en algo más.

En mayo de 2018, la pareja se casó en Frances Park, en Lansing, rodeada de jardines de rosas en flor y casi 100 invitados. Hoy tienen una familia combinada que incluye a los dos hijos de Latavia —Dwight, de 13 años, y Hailey, de 12— junto con la hija menor de la pareja, Ella.

Poco después, Kangethe solicitó otra green card basada en matrimonio. Pero su solicitud fue denegada debido a la acusación previa de fraude, dijo.

“Nos llamaron para varias entrevistas”, contó Kangethe. “El tipo que me estaba entrevistando me dijo: ‘Amigo, lo siento mucho, tengo las manos atadas’”.

Desde entonces, la pareja ha gastado decenas de miles de dólares en abogados de inmigración para luchar por el caso de Kangethe, sin mucho éxito.

“Intentamos e intentamos e intentamos”, dijo.

Kangethe abrazó la paternidad instantáneamente después de casarse con Latavia.

Hacía girar a Hailey en los bailes padre-hija. Era el papá ruidoso que animaba en los partidos de lacrosse de Dwight. En pleno apogeo de la pandemia, llegó Ella, llevándolo a un nuevo mundo de Barbies y Bluey.

Y a medida que las redadas de inmigración aumentaron en la primavera de este año, el miedo comenzó a empañar salidas simples como paseos familiares al parque. Veía videos de arrestos del ICE en las redes sociales y su ansiedad aumentaba.

Sus amigos le decían que se mantuviera bajo perfil y evitara salir.

“Pero ¿cómo puedes pasar desapercibido cuando tienes hijos?”, dijo. “Sentía que estaba cayendo en una depresión profunda. Mis hijos empezaban a preguntarme: ‘Papá, ¿por qué siempre estás durmiendo cuando no trabajas?’”.

Esta primavera discutió sus miedos con Latavia y le contó sobre sus planes de abandonar voluntariamente EE.UU. Ella se quedó atónita.

“Salimos a conducir y traté de convencerlo de que se quedara, pero no funcionó”, dijo. “Le dije que podíamos buscar más apoyo legal, pero en ese punto, él ya había tomado su decisión”.

Su esposo le explicó cómo las redadas de inmigración lo hacían sentir estresado y aislado, y “en ese momento, me di cuenta de lo grave que era”, dijo.

“Una vez que comencé a [entender] que no había nada que fuera a cambiarlo, pasé por diferentes tipos de duelo. Estaba enojada. Estaba triste”, relató. “Como madre, deseaba poder esconderlo aquí y mantenerlo a salvo y que los niños lo tuvieran todo el tiempo, pero eso no es justo”.

Ambos se emocionan cuando recuerdan el momento en que reunieron a sus hijos para darles la noticia.

“Todo lo que los niños oyeron fue: ‘Me voy a ir y los voy a dejar’. Y todos se derrumbaron. Y yo también empecé a llorar”, dijo Kangethe. “Intenté ser fuerte y simplemente decirles que esa era la mejor opción para mí para evitar vivir con miedo”.

La pareja notificó a la escuela de sus hijos para que los maestros estuvieran al tanto cuando las clases se reanudaran en otoño. Kangethe renunció a su trabajo y llenó el calendario de verano de la familia con un torbellino de actividades: visitas al parque, sesiones de colorear y viajes a la playa.

Durante un viaje al parque estatal Holland, en el lago Míchigan, celebraron anticipadamente el cumpleaños de Hailey con un pastel de confeti de arcoíris. Para cuando cumpliera 12 años, a finales de agosto, Kangethe ya estaría en Kenya.

También preparó a la familia para un futuro sin él: organizó que un trabajador de mantenimiento ayudara regularmente con proyectos de la casa, cambió las llantas del coche para los duros inviernos de Míchigan y pagó su camioneta para que su hijo pudiera conducirla cuando tenga la edad suficiente.

“Quiero asegurarme de poder apoyarlos tanto como pueda, incluso cuando no esté aquí”, dijo.

Dos meses después de su separación, la familia aún intenta encontrar su ritmo.

Kangethe pasa mucho tiempo en FaceTime con los niños: escuchando sus historias, compartiendo las suyas o simplemente sentados en silencio juntos. Con una diferencia de horario de siete horas, las llamadas ocurren a horas inusuales, dijo.

En una llamada reciente, las niñas peleaban por quién hablaría con él primero durante un viaje en coche con su madre. Le preguntaron cómo diría sus nombres en suajili. “Es igual, tontitas”, les dijo.

Algunas llamadas terminan en lágrimas, otras en risas, dependiendo del día. Los hijos mayores están teniendo dificultades para sobrellevar la ausencia de su padre junto con los desafíos de la adolescencia, dijo Latavia.

La pequeña Ella está teniendo problemas para entender por qué su padre se fue y se pone ansiosa cuando su madre sale de la casa. A veces reacciona con enojo.

“Ha cambiado mucho. Veo mucha más ira y ansiedad… no entiende, cómo, cuando me voy a trabajar voy a regresar a casa”, dijo Latavia. “Verla pasar de ser una niña, de cinco años, muy bien portada, con muchos modales… a algo completamente diferente es probablemente una de las peores cosas”.

Latavia ha inscrito a los niños en terapia mientras aprende a adaptarse a la vida como madre soltera de tres.

“Cada familia tiene su propia rutina, y una vez que la otra persona que es una gran parte de esa rutina está ausente, realmente marca una gran diferencia”, dijo. “Todos estamos luchando, emocional, mental y financieramente. Pero nuestros hijos son los que más están luchando”.

La prima de Latavia creó un GoFundMe para ayudarla a enfrentar los desafíos financieros mientras la familia se adapta a su nueva vida. La mayor parte de sus ahorros se destinó a gastos legales por el caso migratorio de Kangethe, dijo.

Al irse de Estados Unidos a su país natal, Kangethe no está solo. La población extranjera en Estados Unidos se redujo en más de un millón de personas durante los primeros seis meses de 2025, según un análisis del Centro de Investigaciones Pew. A finales de agosto, el ICE había deportado a casi 200.000 personas desde que el presidente Trump asumió el cargo.

En mayo, el presidente Trump lanzó el Proyecto Regreso a Casa, un programa para ayudar a los inmigrantes indocumentados a regresar voluntariamente a sus países de origen. Los participantes reciben un vuelo de ida gratis, un estipendio de US$ 1.000 y el perdón de multas previas por no salir del país.

Un portavoz del Departamento de Seguridad Nacional le dijo a CNN que decenas de miles de personas han usado el programa para salir del país. El portavoz no respondió preguntas sobre el caso de Kangethe.

Kangethe dijo que regresó a casa por su cuenta y no utilizó el programa.

En Kenya, está buscando trabajos de contabilidad mientras se readapta a su nueva vida. Pero no ha renunciado a su lucha migratoria en Estados Unidos. Tiene otra audiencia ante un juez de Detroit programada para el 23 de enero, y planea asistir por Zoom. Él no se arrepiente de nada, dijo.

“Estoy mejor de lo que había anticipado… Sé que todavía soy muy nuevo aquí, pero me siento más ligero en el sentido de que ya no tengo esa nube que estaba sobre mi hombro todo el tiempo que estuve allí”, dijo.

Kangethe extraña a su esposa e hijos, y entiende que algunas personas pueden pensar que abandonó a su familia. Él lo ve de manera diferente: como su única forma de escapar de una vida de miedo y de demostrar sus buenas intenciones a los funcionarios de inmigración.

“Me conozco a mí mismo y sé por qué lo hice, y necesitaba hacerlo. Y si mi esposa y mis hijos lo entienden, no me importa lo que piensen los demás”, dijo. “Ahora, me siento libre. Mi familia puede contactarme en cualquier momento y sabe dónde estoy. Allí, solo estaba sobreviviendo y esperaba que nadie me detuviera y me llevara a El Salvador o a donde sea… No podía vivir así. Eso no es vida para mí”.

La pareja ha hablado sobre que Latavia y los niños lo visiten en Kenya. Pero, con un hijo en un programa de necesidades especiales, dudan en alterar sus rutinas con una mudanza permanente.

“Irse de un país no es fácil… Si solo fuéramos él y yo, tal vez. Pero para los tres, no hubiera sido justo para ellos”, dijo Latavia.

“Si él no puede regresar, realmente espero y rezo para que toda esta situación arroje luz sobre muchas otras personas que enfrentan estos mismos desafíos. Tal vez pueda cambiar la situación de otros y sus familias”.

Mientras tanto, Kangethe espera que, al compartir su historia, alguien le preste nuevamente atención a su caso y lo ayude a reunirse con su familia, aunque sea solo temporalmente hasta que sus hijos sean adultos, dijo.

Su decisión de irse fue impulsada por un sentido de integridad, no de desafío, dijo.

“Como invitado, vives de acuerdo a cómo tu anfitrión quiere que vivas en su casa. Y durante los últimos 16 años, creo que he sido un buen invitado”, dijo. “Y por eso tomé la decisión de regresar a casa como un acto de buena fe. Esto no es una situación de ‘Renuncio, así que no puedes despedirme’. Esto es: ‘Voy a hacer esto de buena fe’”.

El padre de Kangethe murió en 2018 por complicaciones de la diabetes, pero él no pudo asistir al funeral en Kenya debido a su estatus inmigratorio. Así que una de sus primeras paradas tras llegar a Kenya fue en casa de su madre en Nakuru, a unas 100 millas (160 km) de la capital, Nairobi.

Su familia se reunió en la casa para una fiesta de bienvenida.

Kangethe tomó un micrófono y se dirigió a los familiares y seres queridos que no había visto en casi dos décadas. Entre ellos había sobrinas y sobrinos pequeños que solo lo conocían por fotografías.

“Me puse tan emocional, que ni siquiera pude hablar”, dijo.

En el mismo lugar donde su padre una vez estuvo durante la fiesta de despedida de Kangethe a Estados Unidos, pidió un momento de silencio por el hombre que lo crió. Kangethe se dio cuenta de que se había ido de casa como un joven y volvió como esposo y padre.

Después visitó la tumba de su padre en el patio trasero de la casa familiar.

“Ver por primera vez dónde descansan los restos de mi papá fue muy emotivo”, dijo. “Especialmente ahora que yo también soy padre”.

En la tumba de su padre, le susurró que había obtenido sus títulos universitarios en Estados Unidos, como lo había prometido. Y que había regresado sano y salvo a casa, como lo había prometido.

Luego, hizo otra promesa: encontrar la manera de regresar con su esposa e hijos.

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