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Después de Gaza, Ucrania es la siguiente prioridad de Trump. Pero lograr la paz con Putin podría ser aún más difícil

Análisis de Nick Paton Walsh, CNN

Steve lo logrará.

Esa es —y ha sido— la esperanza de Ucrania y Europa por meses. Durante su entusiasta discurso ante el Knesset, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dejó claro que la esquiva paz en Ucrania es su próxima prioridad y la de su enviado especial Steve Witkoff. Y que este era un objetivo que Trump esperaba que resultara más fácil que lo que describió como la paz en Medio Oriente.

Pero la paz en Ucrania quizás se encuentre en el punto más lejano desde que Trump llegó al poder. Y hay pocas de las cosas que hizo para poner fin a los horrores de Gaza que Trump pueda emular en Ucrania, que ya dura casi cuatro años. La única lección que podría tomar es que la fuerza puede triunfar: que Estados Unidos todavía es capaz de imponer condiciones mediante la fuerza. Pero ahí terminan las fugaces similitudes.

La primera diferencia insalvable es que, con Israel, Trump ha persuadido a un aliado, militarmente dependiente de él, para que detenga una guerra atroz que le ha valido críticas globales. En cambio, Rusia es un oponente histórico de Estados Unidos, dependiente de su principal rival, China, y en lo que respecta a la invasión de Moscú, el mundo muestra una condena algo ambigua.

Las cartas de Trump, en lo que respecta a Putin, quizás fueron abstractas desde el principio, pero ahora son limitadas, si no inexistentes. Ya ha probado con alfombras rojas, carisma interpersonal y persuasión económica. Ha habido al menos siete plazos que amenazaban con más sanciones, hasta que Trump decidió que quiere que Europa deje de comprar hidrocarburos rusos antes de imponer alguna medida de ese tipo. Incluso el Kremlin admite que las conversaciones están en una “pausa seria” (aunque el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, declaró el lunes: “Los contactos a través de los canales respectivos continúan”).

A diferencia de lo ocurrido con Gaza, Trump tampoco puede declarar que se ha alcanzado un acuerdo entre Rusia y Ucrania y dejar los espinosos detalles para más adelante. Putin ya ha dejado a Trump con las manos vacías una vez, tras las conversaciones en Alaska, y probablemente lo vuelva a hacer ante cualquier otra oportunidad que se le presente para ello.

El equipo de Trump, sumido en la arrogancia del último fin de semana, corre el riesgo de estar un poco perdido con Ucrania. Los planes de las garantías de seguridad que el secretario de Estado, Marco Rubio, debía formular para Ucrania —planes necesarios solo para una paz duradera— siguen siendo opacos. El papel de Witkoff se vio, hasta este reciente éxito en Gaza, reducido. Los aliados europeos han expresado su consternación, incluso un horror descortés, ante la incapacidad de Witkoff para comprender o recordar detalles clave de sus conversaciones con el Kremlin. En el Knesset, Trump pareció ensalzar la virtud de lo poco que Witkoff sabía de Rusia cuando viajó por primera vez al Kremlin, y creyó que las muchas horas que pasó allí —presumiblemente escuchando las quejas históricas de Putin— eran una muestra de la eficacia del enviado. Pero Putin no se dejará convencer solo con bravuconería y autocomplacencia.

Sin embargo, a Trump le queda una posible lección de los últimos nueve meses de enfrentamientos con Putin y Gaza. Durante semanas, Trump ha insinuado la posibilidad de permitir que los aliados europeos compren misiles Tomahawk para que Ucrania los dispare contra Rusia. El alcance y la velocidad de estos misiles implican que solo tienen sentido para atacar infraestructura valiosa en el interior de Rusia. El Kremlin ha sugerido que el personal estadounidense tendría que ser quien opere armamento tan sofisticado, y que los Tomahawks pueden tener capacidad nuclear, una bravuconería que aviva el temor a una escalada involuntaria. Peskov declaró el domingo: “Este es un momento realmente dramático, ya que las tensiones están aumentando desde todos los lados”.

El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, mantuvo dos llamadas con Trump la semana pasada. El domingo, el líder ucraniano se mostró interesado en señalar que el uso de Tomahawks podría estar más cerca. “Vemos y oímos que Rusia teme que los estadounidenses nos den Tomahawks, lo cual es una señal de que precisamente esa presión podría favorecer la paz”, declaró. “Hemos acordado con el presidente Trump que nuestros equipos, nuestras Fuerzas Armadas, se encargarán de todo lo que hemos discutido”.

Consultado el domingo sobre si enviaría los misiles, Trump respondió: “Ya veremos… puede que sí”, y añadió: “Quizás les diga que si la guerra no se resuelve, es muy posible que lo hagamos. ¿Quiere [Rusia] que los Tomahawks se dirijan hacia allá? No lo creo”.

Ucrania y Europa han recurrido a amenazas vacías antes, con Putin, pero también con Trump y su predecesor, Joe Biden. Cuando Biden amenazó con permitir que Ucrania lanzara misiles antitanque contra Rusia, en respuesta al despliegue de tropas norcoreanas por parte de Moscú, el Kremlin amenazó con una respuesta explosiva, pero en realidad no fue capaz de dar una respuesta tan feroz. Putin solo pudo mostrar los dientes, sin una verdadera mordacidad.

De igual manera, Trump ha amenazado con sanciones secundarias contra la India y China por comprar petróleo ruso, pero solo las impuso a la India. Suministrar misiles Tomahawk llevaría a Trump, una vez más, más lejos que su predecesor. Pero tiene que cumplir. Los últimos nueve meses han demostrado que las amenazas vacías, tanto del Kremlin como de Trump, quedan rápidamente expuestas. Esta es una guerra brutal donde solo el daño real y palpable sirve.

Y, luego, viene la incógnita, más grande y arriesgada, de qué daño debe soportar Moscú para verse obligada a reanudar las conversaciones que ha ido boicoteando lentamente. Una grave escasez de gas afecta a algunas regiones rusas, tras meses de ataques ucranianos de largo alcance contra refinerías. La economía rusa corre el riesgo de sobrecalentarse. Pero ¿le preocupa a Putin su popularidad inmediata y su historial económico? O ¿está, en cambio, obsesionado con su supervivencia política a largo plazo y su legado histórico?

El riesgo con Ucrania es evidente. Trump podía amenazar a Netanyahu con sanciones que le resultaran políticamente fáciles de imponer: reducir la ayuda a un aliado cuya popularidad en Estados Unidos estaba cayendo. Pero Trump no tiene una influencia fácil sobre Putin y ahora debe demostrar que sus amenazas de imponer la fuerza —de causar un daño real a Rusia, tanto económica como físicamente— se harán realidad. Esto podría llevar a Trump por caminos por los que Biden se mostró reticente a transitar. Los (misiles) Tomahawks podrían acabar siendo “sanciones secundarias”, algo concebido solo como amenaza y nunca como herramienta.

Sin embargo, esta sigue siendo quizás la única lección útil para Trump, y ha sido el mantra de sus aliados europeos desde el principio. El Kremlin solo responde a la fuerza, a algo que le bloquea físicamente el camino. Para lograr otra victoria de la “paz”, Trump debe ahora encontrar la fuerza y el deseo de algo a lo que parece tener una fobia innata: enfrentarse físicamente a Putin.

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