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Entró en EE.UU. en busca del “sueño americano”. Lo deportaron a Argentina, pero su familia se quedó en México

Por Joaquín Doria, CNN en Español

Son las 3:00 am del 11 de septiembre en la terminal FBO del Aeropuerto Internacional de Ezeiza, Argentina. En esa zona alejada de áreas urbanas, pocos autos empiezan a congregarse. Familiares desorientados preguntan por el vuelo OAE 3642 de Omni Air International. En él viajan sus seres queridos, todos ellos deportados de Estados Unidos.

Unos 20 minutos más tarde, el avión aterriza. Cerca de las 4:00 am el portón se abre para que, uno a uno, los pasajeros vestidos de gris salgan a reencontrarse con sus familias. Algunos de ellos cargan bolsas blancas de tela con unas pocas pertenencias.

Mario Robles, de 25 años, se funde en un abrazo con su madre, Natalia. Luego se decide a hablar con los periodistas que allí lo esperan.

“No somos criminales. Quiero que lo sepan. No matamos, no violamos. Solamente vamos por el sueño americano, nada más”, dice a CNN visiblemente cansado.

Robles cuenta que dejó su casa familiar, donde vivía con su esposa e hija en México, el 16 de agosto. Su plan era cruzar la frontera a Estados Unidos ilegalmente. Sin embargo, fue detenido mientras emprendía su camino hacia lo que él imaginaba como un futuro mejor.

Desde ese momento comenzó un largo proceso que concluyó en la deportación a un país que no pisaba hacía más de 6 años y que lo mantiene separado de su familia hace más de un mes.

Robles nació en Villa Clara, en la provincia argentina de Entre Ríos. En mayo de 2019, motivado por la difícil situación económica de su país, dice que emigró a México en busca de un futuro mejor. Así fue como llegó a León, donde tiempo después obtendría la ciudadanía mexicana.

Cuenta que primero trabajó en un restaurante para luego cambiar de rubro y comenzar un oficio en la construcción. Un año después conoció a su esposa, Daniela, con quien comenzó a formar su nueva vida: juntos comparten una hija de tres años, Roxana, qué hoy todos los días pregunta dónde está su papá.

“Yo le digo que estoy trabajando porque no le voy a decir esta catástrofe que pasé porque, pobrecita, la voy a traumar. A cada rato me pide ´papi quiero que venga´ y cosas así duelen”, dice a CNN y añade: “Eso te hace pensar de forma diferente, te hace pensar que ya no vas a volver a cometer esa misma tontería otra vez”.

Las cosas en México marchaban bien, dice. Con lo que ganaba, Mario ayudaba tanto a la familia de Daniela como a la propia, que lo esperaba en Argentina. Sin embargo, un día la situación cambió a partir de una tragedia.

“Mi suegro falleció hace dos años y me tuve que poner al frente de la familia de mi esposa, que era ella, su hermana, su hermanito y mi suegra”, recuerda.

Su suegro murió en Estados Unidos, donde residía hacía aproximadamente 18 meses. Juntos planeaban la posibilidad de que Robles se le uniera del otro lado de la frontera para perseguir el sueño americano, pero los acontecimientos truncaron esa posibilidad, al menos en una primera instancia.

“La idea era que yo me vaya para allá con él, pero desgraciadamente tuvo un trágico accidente y tuve que esperar dos años, para estar ahí para mi esposa y mi suegra. Entonces pues hasta hace poquito que retomé esa decisión de irme”.

“Mi sueño era ir por unos cuatro o cinco años, que es el sueño americano, y hacer mi casa, poner mi negocio y regresar para atrás a estar con la familia”, dice Robles.

El 16 de agosto partió rumbo a la frontera norte. Atravesó el Río Grande junto a otros migrantes y luego fue recogido por una camioneta. Él y su grupo subieron a la parte trasera del vehículo y se escondieron.

Todo marchaba conforme a lo planeado, dice, hasta que llegaron a un punto de revisión de inmigración. Allí los agentes hicieron un control de rutina, pero también solicitaron registrar el vehículo, lo que despertó el temor de Robles.

“Yo alcanzo escuchar eso, me quito la manta rápidamente y es cuando empiezo a correr. Me tocó correr más o menos, me dijo el de inmigración, como unos 500 metros”.

Finalmente se escondió en una zanja, donde permaneció cubierto por ramas durante unas dos horas. Creía que todo había pasado, hasta que un agente canino de la Patrulla Fronteriza lo encontró y sus ilusiones se disiparon, dice.

Desde allí fue trasladado a Laredo, Texas, donde pasó cerca de 48 horas en un centro de detención temporal del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos, (ICE, por sus siglas en inglés), uno de los que son conocidos como “hieleras”, debido a las bajas temperaturas en las que los migrantes dicen se mantiene a los indocumentados.

Los detenidos pueden pasar hasta 72 horas en instalaciones como esta mientras se procesan sus casos.

Mario denuncia que las condiciones allí no fueron buenas. Según él, hacía mucho frío, había poca comida y los detenidos no tenían lugar ni siquiera para recostarse. “Es un cuarto de 8×8 metros, donde entran 20 personas, pero ellos ahí están continuamente sacando y metiendo personas, ya éramos como 40. Estábamos todos bien apretados”.

Estas acusaciones sobre las salas de espera no son nuevas. Se han registrado denuncias en distintos puntos de EE.UU. Muchos inmigrantes acusan falta de alimentos, estadías mayores a las permitidas y ausencia de elementos mínimos como almohadas y mantas, sumadas a reclamos por hacinamiento.

El Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) ha rechazado estas expresiones y dice que ICE opera las salas en estricta conformidad con sus estándares de detención y ha cuestionado que existan condiciones deficientes en sus instalaciones.

Una portavoz del DHS respondió a CNN por los dichos de Robles y aseguró que “cualquier afirmación de que existen condiciones ‘inhumanas’ en los centros de detención de ICE es falsa”.

“ICE tiene estándares de detención más altos que la mayoría de las prisiones estadounidenses que albergan a ciudadanos estadounidenses. Todos los detenidos reciben comidas adecuadas, tratamiento médico y tienen la oportunidad de comunicarse con abogados y familiares. Es una práctica de larga data brindar atención médica integral desde el momento en que un extranjero ingresa a la custodia de ICE. Las comidas están certificadas por dietistas. Garantizar la seguridad y el bienestar de las personas bajo nuestra custodia es una prioridad absoluta en ICE”, añadió.

Luego de su paso por “la hielera”, Robles fue trasladado a un centro de detención en mejores condiciones cerca de la frontera con Nuevo Laredo, Tamaulipas, cuyo nombre no recuerda.

Esos primeros días los pasó incomunicado, según dice. Su familia no sabía dónde estaba recluido, pero pudo dar con él a través de Ruth Puente, una usuaria de TikTok que se dedica a contactar a los inmigrantes detenidos con sus parientes en el exterior de forma voluntaria.

Su hermana Xiomara dio con ella mientras buscaba desesperadamente formas de ubicarlo y hablar con él. Luego de encontrar su perfil, le escribió los datos de su hermano que fueron fundamentales para que ella finalmente lo encontrara.

“Yo no sabía nada de mi familia, no sabía nada de nadie, y esa señora fue la que me puso en contacto con mi mamá y con mis hermanas. Ella me llegó a depositar dinero para que hablara con mi mamá y con mi esposa”, relata Robles, quien la considera un “ángel” a quien desea conocer en persona.

Durante las cerca de tres semanas que pasó detenido, mientras se definía su deportación, dice que se ilusionaba con ser devuelto a México pese a haber nacido en Argentina.

“Si a mí me mandas para Argentina, me das en la torre porque mi hija depende de mí, al igual que mi esposa y la familia de mi esposa”, reflexionaba entonces.

La esperanza de regresar a casa duró poco. Fue cuestión de días hasta que su esposa recibiera un llamado que confirmaba lo que él temía: el martes 9 de septiembre sería deportado a su tierra natal, pese al deseo que le expresó al juez de inmigración. Ese día fue trasladado en bus a Louisiana, desde donde partiría su vuelo rumbo a Buenos Aires.

“Cuando tú estás allá no es exactamente lo que tú quieres. Ahí decide el Gobierno”, dice con resignación.

Robles recuerda que viajó cerca de 40 horas sumando los tramos por tierra y por aire. Su vuelo hizo escalas en Bogotá, Colombia, y Belo Horizonte, Brazil, para dejar a otros migrantes antes de llegar a Buenos Aires.

“Yo tenía cadenas en los tobillos, en la cintura, en la parte del pecho y en mis muñecas. Como si hubiera matado a 50 personas, como si hubiera sido un delincuente de máxima seguridad”, sostiene.

Desde el DHS dijeron a CNN que “el 19 de agosto, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP en inglés) arrestó a Mario Luciano Robles después de ingresar ilegalmente a EE. UU. nadando a través del Río Grande. Fue procesado para una deportación acelerada y deportado a Argentina menos de un mes después”.

Durante la madrugada del jueves 11 de septiembre, Natalia esperaba con incertidumbre y expectativa en las afueras de la terminal FBO del Aeropuerto Internacional de Ezeiza. No tenía demasiada información, pero sabía que tarde o temprano su hijo cruzaría ese portón. Eso no ocurriría hasta cerca de las 4:00 am.

Así se concretó el primero de los reencuentros que Mario Robles soñaba. Después de 6 años volvió a ver a su madre y su padrastro.

“Me llenó el corazón haberlos visto, pero también venía destrozado, porque yo pienso que no fue la forma adecuada de llegar. Es increíble como nos trataron”, dice Robles y agrega: “nosotros veníamos esposados, nos costaba tomar agua o comer. Si hubiera tenido un buen trato, de todas formas hubiera llegado feliz”.

Hoy se hospeda en casa de Natalia en su Villa Clara natal. Desde allí, dice que habla todos los días con su esposa e hija y trata de reunir fondos para su regreso a México. Sueña con ese segundo reencuentro, que todavía no se concreta.

“Mi esposa no es una persona rica económicamente como para decir ´no te apures´.

Ellas ahorita están pasando por un momento muy feo y pues eso es lo que estamos tratando de hacer a través de la gente. Estamos tratando de recaudar lo más rápido que se pueda”, explica Robles.

Por intentar ingresar ilegalmente la frontera, tiene prohibido el ingreso a Estados Unidos por al menos 5 años, según le comunicaron las autoridades de inmigración. Sin embargo, después de lo ocurrido esa posibilidad ya no está en sus planes, dice.

“Yo estoy de acuerdo en que no entré de la mejor forma en que se tenía que entrar, pero íbamos a trabajar”, se lamenta y agrega: “no me quedan ganas de regresar para allá, no vuelvo a hacer nunca más lo que hice”.

Hoy sus energías están puestas en retomar la vida que dejó atrás ese 16 de agosto. Ya no hay un sueño americano en el horizonte, solo el anhelo de volver a abrazar a las mujeres de su vida: “lo más hermoso va a ser el reencuentro con mi hija y mi esposa”.

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