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El discurso de Trump de que “tiene razón en todo” no ofrece respuestas a un mundo al borde del abismo

Análisis por Stephen Collinson, CNN

Citando una de las frases más mordaces de Barack Obama: los años 80 están llamando para pedir de vuelta su política exterior.

La tensión ha alcanzado niveles de la Guerra Fría en Europa del Este después de que Polonia amenazara con derribar cualquier avión ruso que se acerque demasiado. Extraños drones, posiblemente de Moscú, sobrevuelan Escandinavia.

Aumentan los temores de una erupción al estilo de la intifada en la Ribera Occidental si Israel sigue adelante con sus insinuaciones de anexión además de su ofennsiva en Gaza.

Y aquí en Estados Unidos la inflación amenaza con volver.

Sin embargo, el presidente Donald Trump, que ocupa el puesto que antes estaba reservado para el líder del mundo libre, no tuvo palabras de tranquilidad ni invocaciones poéticas de valores democráticos para los alarmados aliados de Estados Unidos en un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en el que, como de costumbre, dio carta blanca a la mayoría de los tiranos del mundo.

“Soy muy bueno en esto. Sus países se están yendo al infierno”, prununció.

Trump también dedicó su discurso, que divagó mucho más allá de los límites de tiempo y dejó la luz roja parpadeando en vano, impotente ante su desahogo, a lo que él parece considerar prioridades más importantes.

Se quejó amargamente de que una escalera mecánica en la sede de la ONU se había parado mientras él estaba en ella y revivió una vieja queja de que el organismo mundial había rechazado su oferta de arreglar su antiguo edificio de Turtle Bay en su época inmobiliaria. “‘Yo les voy a poner suelos de mármol; ellos les van a poner terrazo’”, recordó durante su intervención.

Trump también presentó argumentos absurdos sobre el cambio climático que pusieron al descubierto su rudimentario conocimiento de la ciencia. “Tenemos una frontera, sólida, y tenemos una forma, y ​​esa forma no se extiende verticalmente; esa forma es amorfa en lo que respecta a la atmósfera”, dijo Trump. “Tenemos un aire muy limpio… pero el problema es que en otros países como China, donde el aire es un poco áspero, sopla”. Y advirtió sobre una inminente purga bovina. “Quieren matar a todas las vacas”, dijo, refiriéndose a los ambientalistas.

El Reino Unido, mientras tanto, recibió una abrupta lección sobre lo que se puede conseguir con los halagos de Trump: no mucho. Tras ofrecerle una aduladora bienvenida real al presidente de EE.UU. la semana pasada, la delegación británica tuvo que presenciar cómo decía una mentira: que Londres quiere adoptar la sharia.

Y Trump devolvió la servilidad del primer ministro Keir Starmer criticando duramente sus políticas de energías renovables. “Oh, el Mar del Norte, lo conozco tan bien”, dijo Trump.
“Tres días seguidos, eso fue todo lo que escuchó: petróleo del Mar del Norte, Mar del Norte”. Starmer ya enfrenta la presión de sus propios diputados laboristas para que condene al hombre al que recibió la semana pasada.

Y Trump hizo su última presentación para el Premio Nobel de la Paz, a pesar de que la mayoría de las siete guerras que, según afirmó en su discurso, habían terminado ni siquiera estaban en pleno apogeo cuando intervino.

“Todos dicen que debería recibir el Premio Nobel de la Paz por cada uno de estos logros”, dijo Trump. Pero “lo que me importa no es ganar premios, sino salvar vidas”. Convirtió su frustración en una pregunta sobre por qué existe la ONU y por qué no se apresura a reconocerlo. “Lo único que obtuve de las Naciones Unidas fue una escalera mecánica que, al subir, se detuvo justo a la mitad. Si la primera dama no hubiera estado en plena forma, se habría caído, pero está en plena forma. Ambos estamos en buena forma”.

Un efecto frecuente de los discursos de Trump ante la Asamblea General de la ONU es que el resto del mundo obtiene una visión completa del parloteo inconexo —el presidente lo llama “entrelazado”— que los estadounidenses ahora dan por sentado.

No sería sorprendente que las cancillerías extranjeras comenzaran a reevaluar su temperamento y su comprensión de temas clave tras el discurso del martes.

Pero la habilidad que los aliados de Estados Unidos han tenido que aprender al tratar con Trump es cómo separar sus invectivas, balbuceos, autoelogios interminables y golpes de pecho de sus verdaderas intenciones y acciones.

Por ejemplo, después de no ofrecer ninguna dirección nueva para su estancado intento de poner fin a la guerra en Ucrania en su discurso, cuando se le preguntó si cree que la OTAN debería derribar aviones rusos en su espacio aéreo, dijo: “Sí, lo creo”.

Pero aún quedan dudas sobre la disposición del presidente a respetar el principio fundamental de la alianza occidental de legítima defensa mutua, que Putin sin duda pondrá a prueba.

Trump posteriormente ofreció una salvedad a su comentario sobre el derribo de aviones rusos, afirmando que “depende de las circunstancias”.

Y el secretario de Estado, Marco Rubio, declaró el martes que, al menos, los aviones estadounidenses no derribarían aviones rusos.

Existe mayor incertidumbre sobre la postura de Trump respecto a la guerra tras lo que parece haber sido una reunión exitosa con el presidente Volodymyr Zelensky.

Trump escribió en Truth Social que ahora estaba convencido de que Ucrania podría ganar la guerra, recuperar todo su territorio e incluso avanzar más, una postura que pocos expertos comparten.

Su extenso mensaje fue inusualmente cáustico sobre Rusia, afirmando que parecía una potencia fallida y un “tigre de papel”.

Su comentario de que con “tiempo, paciencia y el apoyo financiero de Europa, y en particular de la OTAN”, Ucrania podría prevalecer parece una buena noticia tanto para Zelensky como para Europa, que ha estado suplicando a Trump que no abandone la guerra por completo.

También lo es su promesa de suministrar armas a la OTAN que esta podría ceder a Ucrania.

Pero las palabras de Trump son notoriamente volubles. Si decide abandonar las negociaciones de paz, eso también complacería a Moscú, ya que parece haber poca amenaza inmediata de que Trump le imponga sanciones económicas devastadoras.

Todo parece indicar un cambio hacia Ucrania, una democracia que fue invadida ilegalmente. Pero la publicación de Trump también podría ser un precursor de que se desentienda por completo de la guerra.

Los confusos nuevos acontecimientos en Ucrania muestran por qué, a pesar de la hostilidad desdeñosa de Trump, las potencias extranjeras —especialmente las de Europa— todavía intentan trabajar con él, dirigirlo y evitar la confrontación abierta que algunas de sus amenazas podrían merecer.

Pero el primer discurso ante la ONU del segundo mandato del presidente aún ofrecía un panorama desalentador de la nueva realidad global.

Estados Unidos, la nación que más contribuyó a construir las Naciones Unidas y a apoyarlas durante tantas décadas, es ahora su crítico más feroz, una situación que plantea interrogantes sobre la capacidad del otrora vital organismo mundial para sobrevivir en su forma actual.

“¿Cuál es el propósito de las Naciones Unidas?”, preguntó Trump.

El hecho de que el presidente no lo sepa sugiere que el mundo se enfrenta a un período tumultuoso.

La Carta de las Naciones Unidas, firmada en San Francisco en 1945, consagra el derecho internacional y promueve el respeto de los derechos humanos y las libertades internacionales.

Sin embargo, las acciones de Trump —tanto dentro de Estados Unidos, donde se está volviendo cada vez más autoritario, como en el extranjero— sugieren que tiene poco respeto por estos conceptos.

Señaló, por ejemplo, que planea seguir violando el derecho internacional con ataques unilaterales contra lo que la administración afirma son lanchas rápidas de cárteles en las costas de Venezuela. “Les advertimos que los eliminaremos por completo”, manifestó Trump en su discurso.

La Casa Blanca aún no ha presentado pruebas de sus afirmaciones ni ha solicitado al Congreso autorización constitucional para emprender nuevos actos de guerra.

Los aliados estadounidenses también deben comprender que el hombre más poderoso del mundo es una fuerza política hostil que busca socavar no sólo las bases de poder político de sus líderes, con su apoyo a los insurgentes populistas, sino también sus sistemas democráticos, tal como lo ha hecho en Estados Unidos.

A veces, en la ONU, parecía menos el líder del mundo libre que el supremo del movimiento global de extrema derecha.

“Amo a Europa, amo a sus habitantes, y detesto verla devastada por la energía y la inmigración”, dijo Trump, antes de criticar duramente dos temas: el cambio climático y las políticas fronterizas que amenazan con destruir gobiernos liberales y dar paso a líderes extremistas en Gran Bretaña, Francia y otros países.

“Este monstruo de dos colas lo destruye todo a su paso, y no pueden permitir que siga sucediendo. Lo hacen porque quieren ser amables, quieren ser políticamente correctos, y están destruyendo su patrimonio”, sentenció.

Los líderes aliados han pasado ocho meses apaciguando y halagando a Trump. Los próximos tres años y cuatro meses se dedicarán a contener su daño.

Será una tarea prácticamente imposible.

“De hecho, durante la campaña decían —incluso había una gorra, la más vendida—: ‘Trump tenía razón en todo’”, rememoró el presidente. “Y no lo digo con presunción, pero es cierto. He tenido razón en todo”.

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