Lo que revela sobre la Rusia de Putin el despido y la muerte del ministro de Transporte
Análisis de Clare Sebastian, CNN
A medida que los detalles sobre el aparente suicidio del exministro de Transporte de Rusia, Roman Starovoit, se filtraban a los medios estatales este lunes, uno de ellos sobresalía. Cerca de su cuerpo, según informó el periódico Kommersant, los investigadores encontraron una pistola Glock que Starovoit había recibido como premio.
En octubre de 2023, cuando era gobernador de la región rusa de Kursk, Starovoit apareció en un artículo local recibiendo un arma de fuego en una caja de terciopelo del Ministerio del Interior de la región por su papel en el mantenimiento de la seguridad.
Veinte meses después, su muerte se produce en medio de reportes de que podría haber estado haciendo exactamente lo contrario. Dos fuentes informaron a Reuters que sospechaban que estuviera involucrado en un plan para malversar millones de dólares destinados a defensa fronteriza. Una defensa que sin duda hubiera sido útil cuando las tropas ucranianas lanzaron una invasión sorpresa en pasado agosto.
No hay forma de saber si se trataba de la misma pistola, y aún no está claro si el caso de corrupción tuvo algo que ver con su despido (sobre el cual no se ofreció ningún motivo oficial) o con su muerte. Pero la imagen que crea de una autodestrucción patrocinada por el Estado, de una antigua estrella en ascenso de la élite política de Vladimir Putin muerta cerca de su Tesla, con el botín de su antigua lealtad, es especialmente conmovedora en la Rusia actual.
Más de tres años después del inicio de la guerra no provocada de Putin contra Ucrania, la terquedad política del Kremlin se está endureciendo de nuevo. La lealtad al régimen no es garantía de seguridad, y hay menos lugares donde esconderse de las consecuencias cada vez más brutales.
Para los rusos con buena memoria, los viejos temores están resurgiendo.
“Hay un tufo a estalinismo en esta historia”, escribió el disidente ruso exiliado Ilya Yashin en X.
Y ese tufo se extiende más allá de los pasillos del Ministerio de Transporte.
Con Putin ya en el segundo año de su quinto mandato presidencial, el Kremlin ha estado tomando medidas para eliminar cualquier amenaza en las últimas semanas.
A mediados de junio, el Tribunal Supremo de Rusia prohibió al partido opositor “Iniciativa Cívica”, que había intentado sin éxito presentar al único candidato pacifista, Boris Nadezhdin, en la carrera presidencial de 2024. El tribunal lo acusó de no participar en las elecciones durante siete años.
“Es una trágica farsa”, declaró el líder del partido, Andrey Nechaev, a sus simpatizantes en Telegram el mes pasado. “Primero nos prohíben participar en las elecciones con razones inventadas, luego nos acusan de no participar”, añadió.
La observación electoral independiente, ya en sus últimos momentos en Rusia, podría ser ahora cosa del pasado. El martes, Golos, el único organismo de control electoral independiente que queda en Rusia, anunció su cierre.
La decisión, según la organización, se produjo después de que su copresidente, Grigory Melkonyants, fuera condenado a cinco años de prisión a finales de mayo, tras ser declarado culpable por un tribunal de dirigir actividades para la red europea de observación electoral ENEMO, considerada en Rusia como una “organización indeseable”.
Golos niega la acusación, pero afirmó que el veredicto exponía a todos sus participantes al riesgo de ser procesados penalmente.
El caso Golos, argumenta el político opositor Vladimir Kara-Murza en un artículo de opinión publicado en el Washington Post, evoca otra seña de identidad de Putin: aferrarse a agravios de larga data e imponer represalias tardías.
Kara-Murza cree que el pecado original de Golos no ocurrió en 2024, sino al documentar violaciones generalizadas de las elecciones parlamentarias de 2011, año en que Putin anunció su regreso a la presidencia tras un breve paréntesis como primer ministro. Las protestas posteriores fueron las más grandes desde la caída de la Unión Soviética.
“Fue un verdadero susto para Putin, su momento de mayor debilidad”, escribe Kara-Murza. “Y nunca perdonó a quienes, como él mismo dijo, intentaron una ‘revolución de color’ en Rusia. Esta es la verdadera razón de la condena a prisión de Grigory Melkonyants”.
Y no es solo el ámbito de la política donde la presión aumenta.
El sábado, Konstantin Strukov, director de Yuzhuralzoloto, una de las mayores empresas mineras de oro de Rusia, fue arrestado cuando intentaba salir del país en su avión privado, según Kommersant.
Unos días antes, el fiscal general de Rusia había presentado una demanda para nacionalizar la empresa, alegando que Strukov había utilizado un cargo en el gobierno regional para adquirir el control de la empresa, entre otras violaciones a la legislación.
Si los años postsoviéticos significaron una redistribución generalizada de la propiedad, alejándola del Estado ruso mediante una rápida privatización, los años de la guerra en Ucrania se caracterizan por lo contrario.
Alexandra Prokopenko, investigadora del Centro Carnegie Rusia Eurasia, la califica como “la mayor redistribución de la riqueza en Rusia en tres décadas”. Y el propósito, afirma, es “aumentar la lealtad a Putin”.
Y no se intenta ocultar el rastro del control soviético. En marzo, el fiscal general de Rusia informó a Putin que se habían transferido al Estado empresas valoradas en 2,4 billones de rublos (más de US$ 30.000 millones), como parte de un intento para “impedir el uso de empresas privadas en contra de los intereses estatales”.
La muerte de Roman Starovoit podría haber sido el primer suicidio de un ministro del gobierno en Rusia (aunque no está claro si murió antes o después de su despido) desde la caída de la Unión Soviética.
El último ejemplo de una situación pareceida fue el de Boris Pugo, ministro del Interior de Gorbachov, convertido en golpista, quien se suicidó en agosto de 1991 cuando su rebelión fracasó y se enfrentó a ser arrestado. En el caos de principios de los 90, salieron a la luz detalles sobre su muerte, el intento de suicidio de su esposa e incluso las notas que dejaron.
La zona de información casi hermética de la presidencia de Putin dificulta mucho más discernir qué le ocurrió exactamente al señor Starovoit y por qué.
Pero para los rusos, es un recordatorio gráfico de que la riqueza y el poder conllevan a riesgos cada vez mayores, a medida que el Kremlin cierra filas para lo que ve como una confrontación a largo plazo con Occidente.
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