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De Caracas a Buenos Aires, la distancia se mide en arepas: cómo es para un niño venezolano vivir lejos de casa

Por Manuela Castro y Iván Pérez Sarmenti, CNN en Español

Si se traza una línea recta en el aire, entre Venezuela y Argentina hay cerca de 5.000 kilómetros. Pero en estas horas, los vuelos entre Buenos Aires y Caracas se encuentran suspendidos por las tensiones en el Caribe y el Pacífico y las advertencias de Estados Unidos. Un trayecto posible, por carretera, implica atravesar otros cuatros países -Colombia, Ecuador, Perú y Chile- y recorrer más de 8.000 kilómetros. Son unos cuatro días sobre ruedas casi sin detenerse.

Sin embargo para un niño, la distancia entre un país y el otro se traduce en arepas, tequeños, la tradicional danza del joropo, la canción de cumpleaños, los abuelos a través de una pantalla, una serie de noticias tristes y algunas palabras que representan una barrera idiomática mínima en los primeros días de clases.

La crisis migratoria venezolana suma casi 8 millones de ciudadanos fuera de su país y repartidos por el mundo, según datos de la agencia de refugiados de la ONU. En Argentina, viven 185.245, de ellos, 26.328 son menores de 19 años, de acuerdo con datos oficiales de junio de este año.

CNN habló con algunos niños de familias venezolanas de entre 6 y 12 años que crecen lejos de sus raíces, en Buenos Aires. Los recuerdos se desdibujan entre los propios y relatos de sus familiares, pero la venezolanidad permanece, dicen.

“Made in Venezuela, siempre (risas)”, dice Valentina. Tiene 11 años y a los 4 llegó a Buenos Aires. “Siempre digo que soy venezolana, pero también digo que pasé casi toda mi vida acá”.

Valentina llegó a Buenos Aires en 2018. Su mamá, Mariale, dice que hacía rato que con su pareja querían dejar el país asediados por la economía y la situación política. Pero el parteaguas que los llevó a tomar la decisión fue la imposibilidad de conseguir un medicamento ante un tema de salud de la niña. Así, viajó primero el padre y tres más tarde, viajaron ellas dos.

Hace tres años Valentina tuvo una hermanita, Miranda. Lleva el nombre del estado venezolano de donde vienen sus padres y su hermana mayor. Su mamá, Mariale, relata a CNN que eligieron nombrarla en honor a los orígenes familiares. Pero Mariale se ríe mientras cuenta que le muestra fotos a su niña para que conozca su pueblo y cuando Miranda ve una bandera argentina la señala y afirma: “Esa es mi bandera”. “Tengo una argentinita”, dice.

En Miranda, un estado en el centro norte de Venezuela, sigue viviendo el resto de la familia de Valentina. Sus abuelos, sus tíos y una hermana más grande, que es hija de su papá. Se comunica con ellos por teléfono y a través de fotos que le muestra su madre. Tiene primos que todavía no conoce personalmente.

Sabrina nació en Argentina hace 6 años, pero en su casa se habla y se come “venezolano”. “Las arepitas, los tequeños, eso es lo diferente”, cuenta. Sofía, su mamá, explica que llegaron a Argentina en 2017, en medio de la ola de protestas de ese año. “Los negocios no podían abrir, no importaba si tenías o dinero, no podías comprar nada”, recuerda.

Ya instalados como tatuadores en la capital argentina, dos años más tarde tuvieron mellizos: Sabrina y Cristian. “Ella siempre tuvo curiosidad por la cultura venezolana”, dice Sofía, “y mantiene mucho contacto con sus abuelos”. Sabrina dice que es argentina pero que también es parte de Venezuela y una vez por semana asiste a un centro venezolano en donde aprende a bailar joropo, una danza tradicional del país de origen familiar.

Allan se fue de Venezuela hace casi 8 años, tiene 12 y dice que Argentina es un “muy lindo país”. Entre sus destacados locales están el choripán, las milanesas y el sándwich de milanesa, pero los desayunos se los reserva para la tradición: “Siempre comemos arepas”. Sus papás, que en ese entonces eran parte de la oposición política, huyeron de Venezuela en 2018. Su familia está compueta, adempas por su hermano Tomás, dos años más chico, y su perro Cooper. Como parte de la oposición política, llegaron a Buenos Aires en 2018.

Su mamá, Grecia, dice a CNN que los primeros años fueron difíciles por el vínculo con la familia. “Fue muy duro. Mis papás vieron crecer a los niños por Whatsapp”. Cuando por fin pudieron venir a visitarlos, el pase de la pantalla a la vida real fue un shock. “Tuve mucho tiempo de no ver a mi abuela, seis años -dice Allan-, que cuando vino no la reconocía, porque no es lo mismo estar en videollamadas que en presencial y me sorprendí mucho”.

Hoy Venezuela atraviesa uno de los períodos más tensos de su historia, con una relación cada vez más frágil con Estados Unidos y la amenaza de su enorme despliegue militar en el Caribe. Esa actualidad, que millones de venezolanos siguen minuto a minuto, también llega a la mesa de los chicos que emigraron.

Allan dice que le inquieta lo que ocurre en el país donde todavía viven sus abuelos: cuando hubo elecciones, preguntaba a cada rato “cómo van, cómo van”.

Según la noticia, Valentina puede ponerse triste, feliz o confundida: sabe que allí sigue su familia y que lo que sucede a distancia también la afecta.

En muchos hogares, las noticias son inevitables. “Es imposible separar”, admite Grecia, la mamá de Allan y Tomás, su hermano, dos años menor. “Los niños están muy claros de lo que ocurre y de por qué salimos del país”. “Me vine a vivir por la situación política”, dice Allan.

Mariale, mamá de Valentina, recuerda que incluso hay temas que su hija prefiere no ver: “Ella absorbe todo y le duele”.

La distancia física no desactiva la presencia emocional. Aunque crecen con acentos que se mezclan y rutinas argentinas, siguen conectados a un país donde quedaron abuelos, primos y una parte fundamental de sus raíces.

Ni Allan ni Valentina sienten que haya tantas diferencias entre uno y otro lugar, la comida, algunas palabras -”coleto por trapeador, goma por borra, enumera”-, los acentos que en sus casos no terminan de ser ni venezolanos puros ni argentinos.

Los recuerdos se vuelven fragmentos incompletos: una casa con escalones donde jugaban, una playa que imaginan más que lo que recuerdan, un cumpleaños grande del que quedan fotos y anécdotas.

A Sabrina, en cambio, le gustaría conocer el mar de Venezuela y meterse en esas aguas caribeñas “una y otra vez”.

Valentina dice que solo retiene “muy poco” de su vida allá, y que lo que permanece son escenas aisladas de cuando tenía cuatro años. Allan reconoce que tampoco conserva imágenes claras del lugar donde nació: “Sinceramente, no me acuerdo mucho. Me vine acá a los cuatro años”.

Todos dicen que quieren ir de visita, pero les gusta su vida en el sur del continente.

“Quisiera conocer, recordar y aprender -dice Valentina-, pero quisiera quedarme acá. Vivir acá y quedarme allá si Venezuela es libre”.

Dicen que hay algo en migrar que no tiene vuelta atrás: siempre se extraña. Primero, lo que uno deja; pero después, no hay forma de volver a eso sin extrañar lo nuevo que se construyó.

“Es como que mi corazón está dividido en dos partes. Parte de Venezuela y parte de Argentina”, dice ahora Sabrina.

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