Una comunidad al borde del abismo teme lo peor ante la escasez de fondos y alimentos del programa SNAP
Por Alicia Wallace, CNN
Cuatro perros corren hacia la única tienda de comestibles, saludando y siguiendo a los acompañantes humanos con la esperanza de conseguir alguna migaja.
Pero para muchos residentes de aquí, conseguir comida no es tarea fácil.
Esta comunidad, ubicada en el extremo sur de Dakota del Sur, es la más poblada de la Reserva Pine Ridge, que se extiende a lo largo de poco más de 800.000 hectáreas a través de un paisaje de llanuras cubiertas de hierba, colinas onduladas salpicadas de pinos y espectaculares tierras baldías.
También es una de las zonas más deprimidas económicamente de Estados Unidos, y se está acercando a un estado de emergencia, ya que el cierre del Gobierno federal ha dificultado la entrega de fondos del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria y otras ayudas económicas.
Los residentes de aquí se están quedando sin comida, se están quedando sin opciones y expresan un miedo paralizante, entre lágrimas, sobre cómo van a sobrevivir.
“Esto va a perjudicar mucho a muchas familias; mucha gente depende de ello, como yo y mis hijos”, indicó Chiffon Two Bulls, de 38 años, madre soltera de cuatro hijos, a quien le quedan algunas provisiones de pan y un par de paquetes de carne. “Creo que hará que mucha gente pierda la esperanza”.
El jueves, un juez federal de Rhode Island ordenó al Gobierno de Trump financiar completamente el programa SNAP en noviembre. El Gobierno apeló rápidamente la orden. Sin embargo, si se mantiene, los beneficiarios podrían tardar varios días más en recibir los socorros.
En una comunidad donde muchos se mantienen a flote por un hilo, el cierre del Gobierno federal no solo está dejando al descubierto la fragilidad de los programas de asistencia social, sino que también está mostrando con qué rapidez y dolor se podría cortar ese hilo.
Pine Ridge es representativo de una dura dicotomía: es el hogar de una nación soberana, rica en resiliencia, historia y cultura, pero que se ha visto sofocada por el desplazamiento a regiones con escasez de recursos y siglos de opresión sistémica.
Los índices de pobreza y desempleo son alarmantemente altos (superan el 80 % en algunos distritos, según líderes tribales). Las oportunidades y los servicios básicos son escasos.
“Estamos en el peor de todos los indicadores sociales que se puedan imaginar”, dijo Jake Little, director de distribución de alimentos de la tribu Oglala Sioux.
Es un ejemplo clásico de desierto alimentario, donde el único supermercado, el Buche Foods situado en la calle principal, abastece un radio de 80 kilómetros.
RF Buche (pronunciado Bu-ey) es un tendero de cuarta generación que ha operado este establecimiento en Pine Ridge desde el 9 de abril de 2019. Tomó el local de un operador de larga trayectoria y logró que la nueva tienda estuviera en funcionamiento en 28 días.
“Teníamos que salir antes del 10”, dijo Buche, señalando que es cuando los beneficios del SNAP llegan a las tarjetas de débito EBT —que dan acceso a los beneficios alimentarios emitidos por el Gobierno— en Dakota del Sur.
Pero en una comunidad empobrecida donde el programa SNAP es vital, esos dólares no rinden tanto como podrían. Ciertamente no en una pequeña tienda de comestibles rural e independiente cuyos costos son altos desde el principio.
“¿Por qué cuando el camión de mi mayorista llega a General Mills al mismo tiempo que el de Walmart para un paquete de Cheerios de 510 gramos, mi costo es de US$ 6 antes de agregar mi margen de ganancia, y en Walmart está en el estante a US$ 4,38?”, cuestionó Buche, parado en los pasillos de su tienda en Pine Ridge.
“Estamos en la zona más deprimida económicamente del país, y mis clientes tienen que pagar más por sus alimentos porque no viven cerca de un Supercenter”, lamentó.
La tienda más cercana del tamaño y la oferta de Buche Foods se encuentra a 45 minutos en coche hacia el este, en Martin; o a una hora al sur, en Chadron, Nebraska, una pequeña ciudad universitaria con un Walmart, una pequeña cooperativa de alimentos naturales y un supermercado Safeway que pronto cerrará y que estaba liquidando su inventario restante a principios de esta semana.
Pero para llegar a lugares como Martin o Chadron se necesita un vehículo en funcionamiento, o incluso acceso a uno.
La transmisión del auto de Katherine Water está averiada, y esta bisabuela de 59 años depende de otros para que la lleven —o de sus propios pies— para hacer el viaje de cuatro millas por la carretera rural hasta Buche Foods, donde a menudo puede conseguir que alguien la lleve de regreso.
Tiene siete tornillos y una placa de metal en una pierna. Por eso, cuando llega el frío, le duele aún más. Para colmo, lleva tres meses comprando y acarreando cajas de agua porque la bomba del pozo de su casa está averiada.
Entre cuatro y seis depósitos duran otros tantos días, para ella, su hermano y la “multitud” de nietos (incluidos los niños de acogida) y bisnietos que van y vienen de su casa.
“La situación está un poco difícil ahora mismo”, reconoció Water.
Debido a su discapacidad, Water no puede desempeñar muchos trabajos tradicionales, que de por sí son increíblemente difíciles de conseguir aquí. Por lo tanto, su supervivencia podría depender de que confeccione y venda más colchas de estrellas.
Las colchas, cosidas a mano y con pespuntes meticulosos, presentan coloridas imágenes de cabezas de búfalo, tortugas, águilas, ángeles y otros motivos que Water sueña.
Consigue que la lleven al pueblo para intentar venderlas a los residentes o visitantes, o se dirige a urgencias con una pluma y una libreta para tomar pedidos.
Las colchas, que varían desde mantas para bebés hasta tamaños queen y king, cuestan entre menos de US$ 80 y US$ 300 para las de tamaño king, que requieren mucho más trabajo. “Sé que el dinero escasea. Intento no subir los precios, porque sé que todos lo están pasando mal”.
El dinero que gana con las colchas —cuando logra venderlas— normalmente se destina a pagar los servicios, materiales para manualidades de Walmart, ropa para los niños y otras necesidades básicas. Pero ahora, también tiene que usarlo para pagar la comida.
“Cualquier cantidad de dinero que consiga, si no lo uso para comprar tela, guata o sábanas, no vamos a tener nada”, dijo. “No vamos a tener luz. No vamos a tener teléfono para llamar en caso de emergencia”.
“Así que tengo que ponerme manos a la obra”, dijo, “tengo que ponerme manos a la obra y hacer lo que tengo que hacer”.
Lo mismo ocurre con su hermano, Nathaniel Waters (cuyo apellido se registró de forma ligeramente diferente cuando eran niños).
Waters, de 53 años, vive en una pequeña dependencia junto a la casa de su hermana.
“Yo lo llamo el piso de soltero”, apunta sonriendo mientras levanta la gruesa manta que ayuda a aislar el calor detrás de la puerta.
La estructura es un poco estrecha para una cama y un escritorio. “Pero sigue siendo cómoda”, comenta.
Waters no ha tenido un trabajo estable desde enero. Ha estado solicitando empleo, pero aún no ha conseguido nada permanente.
Solicitó el programa SNAP y asistencia general (a través de la Oficina de Asuntos Indígenas), pero le informaron que no cumplía con los requisitos para recibir esta última, la cual proporciona asistencia financiera temporal para necesidades como alimentos, ropa, vivienda y servicios públicos.
Sus beneficios de SNAP se redujeron a US$ 168 mensuales, casi US$ 100 menos de lo que recibía anteriormente.
La reducción, que no guardaba relación con el cierre del Gobierno, se debió a la ampliación de los requisitos laborales para acceder al programa de cupones de alimentos, implementada el 1 de noviembre como parte de la Ley presupuestaria de Trump.
Los nativos americanos están exentos de estos nuevos requisitos; sin embargo, los solicitantes aún deben registrarse para trabajar en la agencia SNAP o en la oficina estatal de empleo.
“Me dijeron que tenía que encontrar un trabajo; y por aquí es difícil encontrar alguno”, indicó.
Mientras tanto, ha estado haciendo trabajos esporádicos donde puede. Estos a menudo requieren que viaje hasta Allen, un pueblo a casi 80 kilómetros de distancia. Su esperanza, según dijo, es ganar US$ 50, US$ 100, o lo que sea, para llevar a casa.
“Intento ahorrar dinero por si le pasa algo y tiene que ir al hospital”, apunta. “Le conecté internet a su casa, estoy intentando arreglarle el fax, así que le estoy enseñando tecnología y tratando de instalarle un sistema en casa para que no tenga que salir y pueda trabajar desde casa”.
Aproximadamente a 5 kilómetros al sureste en línea recta, Two Bulls estaba lidiando con la reciente reducción de los beneficios del SNAP debido a los requisitos laborales impuestos.
Antes recibía entre US$ 600 y US$ 700 al mes para la familia de cinco, pero ahora recibe US$ 100, si es que recibe algo.
Two Bulls, una artista cuyo único sustento proviene de su trabajo con cuentas, ha solicitado otros empleos en la ciudad y en comunidades vecinas, pero no ha recibido respuesta. También intentó trabajar como jornalera, pero solo la contrataron una vez el año pasado.
“Tienes que presentarte el lunes, estar allí antes de las ocho, y solo contratan a tres o cuatro personas para trabajar, y eso para toda la semana”, explicó. “Así que dejé de ir, porque nunca me elegían”.
Además, su casa ha necesitado mucha atención en los últimos meses, y ha tenido que dedicar su tiempo a hacer reparaciones.
Two Bulls vive en una casa rodante que fue una de las 200 proporcionadas hace más de una década por la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) tras un devastador tornado.
Pero ese remolque no estaba construido para resistir el clima extremo de las Grandes Llanuras del Norte. El techo comenzó a derrumbarse tras las intensas nevadas de este invierno y las constantes lluvias de este verano.
“He estado trabajando en ello yo sola”, afirmó, con las manos y las botas manchadas de pintura del techo que había estado arreglando el lunes por la mañana.
Espera terminar las reparaciones para el invierno, momento en el que tendrá que lidiar con temperaturas bajo cero y facturas elevadas. “Aquí hace mucho frío si no tengo la estufa encendida”.
Otras empresas y organizaciones esperan servir como sistemas de apoyo: Buche, a través de la organización sin fines de lucro de su familia, Team Buche Cares, ha estado recaudando fondos para distribuir certificados de supermercado de US$ 100 a familias afectadas por la pérdida del apoyo del programa SNAP.
En Oglala, Dakota del Sur, el Centro de Soberanía Alimentaria de la Alianza Consciente está intentando atender a algunos hogares más de los que suele hacerlo semanalmente.
“El banco de alimentos no puede suplir la falta de SNAP”, dijo Natalie Hand, directora de campo de la Reserva Pine Ridge. “Podemos proporcionar una comida por cada nueve personas que reciben SNAP. Simplemente no podemos cubrir esa necesidad”.
Este próximo miércoles, la despensa planea atender a las primeras 60 familias, dando prioridad a aquellas con niños y ancianos.
Mientras la financiación del SNAP pende de un hilo, la tribu Oglala Sioux también está tratando de sortear la congelación de fondos para programas, incluido el Programa de Distribución de Alimentos en Reservaciones Indias, a menudo denominado programa de alimentos básicos (o coloquialmente aquí, “commods”).
Los indígenas estadounidenses de bajos ingresos que viven en reservas o cerca de ellas pueden recibir SNAP o productos básicos, pero no ambos.
Mientras que SNAP se puede usar en comercios autorizados para adquirir alimentos elegibles, quienes reciben productos básicos mensualmente de un centro de distribución les proporcionan una caja de productos.
Una mañana de noviembre, el estacionamiento y el camino de grava cerca del almacén de productos básicos de Oglala en Pine Ridge estaban repletos de camionetas y autos.
Adentro, los residentes esperaban mientras los trabajadores llenaban cajas con una selección de conservas, carnes y productos frescos y congelados.
El almacén abastece a entre 90 y 100 hogares diariamente, según Little, el gerente de distribución. Sin embargo, en las últimas semanas, esa cifra ha aumentado debido a que las familias han optado por cancelar su participación en el programa SNAP e inscribirse en el FDPIR, explicó.
“Ayer, creo que llegaron 47 personas que salieron de SNAP”, apunta.
Sin embargo, dependiendo de cuánto dure el cierre, la oferta de materias primas podría empezar a agotarse, advierte Little.
“Nos aconsejaron pedir todo lo que pudiéramos almacenar aquí de forma segura”, comenta y añade que la capacidad de los dos almacenes en la reserva es de unos cuatro meses. “Sin embargo, si la gente deja de recibir el programa SNAP, la afluencia de personas… eso es algo que aún no hemos resuelto”.
Little afirma que está elaborando algunos planes de contingencia para garantizar que los residentes estén alimentados, pero él y los líderes tribales afirman que estos no son meros programas de asistencia social, sino obligaciones consagradas en tratados.
El presidente de la tribu Oglala Sioux, Frank Star Comes Out, afirmó que los tratados de Fort Laramie de 1851 y 1868 exigen que el Gobierno de Estados Unidos proporcione alimentos, suministros y apoyo a cambio de paz, cesiones de tierras y paso.
“Nuestro pueblo cedió tierras para que (el Gobierno estadounidense) pueda ganar millones y millones y miles de millones de dólares con ellas, pero ustedes no pueden cumplir con sus obligaciones del tratado”, dijo Star Comes Out. “Hay algo que no está bien”.
Según comentó, la tribu ha enviado cartas a miembros del Congreso, al Departamento del Interior y a la Oficina de Asuntos Indígenas (BIA, por sus siglas en inglés), argumentando que no se han cumplido las obligaciones del tratado.
“Silencio total”, apunta señalando la falta de respuesta.
En medio de ese silencio, la desesperación se ha vuelto ensordecedora.
Anna Halverson, representante del consejo tribal, dijo que ha escuchado a residentes que están asustados por cómo van a alimentar a sus hijos, otros que están a punto de perder toda esperanza y algunos que temen que la falta de fondos del SNAP pueda causar pánico o violencia.
“¿Por qué (el Gobierno) no entiende que esta agitación está causando caos en nuestras reservas, donde ya viven en medio del caos?”, cuestionó. “Es difícil encontrar una solución. Es difícil decirles a las familias que todo va a estar bien”.
Sin embargo, Star Comes Out afirmó que, si bien la comunidad ha estado durante mucho tiempo gravemente subfinanciada y con pocos recursos, también ha demostrado resiliencia a lo largo de muchas generaciones.
“Puede que vivamos en la pobreza, pero nuestra cultura es fuerte”, apunta Star Comes Out. “Eso es lo que nos mantiene vivos”.
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